El Papa Borgia
Lola Galán / J. C. Deus
Editorial Aguilar, Madrid, 2004
¿Fue el Papa Borgia un político competente o un embaucador corrupto? ¿Cuidó de la Iglesia o la usó para promocionar a su familia? ¿Fue un ser humano con sus defectos y virtudes al timón de una institución sumamente compleja o un malvado asesino? Durante varios siglos la respuesta ha estado clara para historiadores y novelistas, que han encontrado en la vida de Rodrigo Borja, valenciano de nacimiento y romano de adopción, elementos suficientes para construir un relato de terror, plagado de ambición, sexo y veneno.
Pues bien, la realidad sería muy otra, afirman Lola Galán y José Catalán Deus, una pareja de experimentados periodistas, que durante su estancia en Roma como corresponsales, han descubierto un personaje muy distinto del que aprisionan cinco siglos de incomprensión y mentiras. ‘El Papa Borgia: Un inédito Alejandro VI liberado al fin de la leyenda negra’, publicado por la editorial Aguilar, es un relato periodístico que puede leerse como una novela negra, como un reportaje en profundidad, como un trabajo de investigación o una apasionante madeja de intrigas ambientada en una época muy distinta pero muy parecida a ésta, esos momentos estelares de la historia en los que los cambios construyen un mundo nuevo.
“Los datos históricos de que disponemos permiten reconstruir en otros términos la biografía de este Papa que ha sido convertido en chivo expiatorio de los grandes pecados de una larga etapa de la Iglesia Católica, pecados que en todo caso Alejandro VI solamente habría compartido con Papas anteriores y posteriores y no serían exclusiva suya”, afirma Lola Galán, durante los últimos seis años corresponsal en El Vaticano del diario El País.
‘Vicepapa’ durante tres décadas y Pontífice durante diez años vitales para la Iglesia, puede decirse que Rodrigo Borja, -un apellido italianizado en el célebre Borgia con que ha pasado a la Historia-, aseguró la supervivencia de la institución a él encomendada gracias a sus grandes dotes políticas, diplomáticas y humanas. Tildado de lujurioso y homicida, Alejandro VI no fue en realidad más que un hombre, un ‘clérigo muy humano’, apasionado, carnal y tolerante, entregado a su familia y a la defensa de la Iglesia.
“Pocos personajes de la Historia han sido tan calumniados. La leyenda surge de libelos escritos por difamadores a sueldo de sus rivales políticos”, dice Catalán Deus. “Y así resultó que conforme avanzábamos en nuestra indagación, aparecía una visión sorprendente del Papa y su familia, los terribles Borgia, una visión más interesante que los tópicos que la ocultaban: ha sido como hacer un reportaje largo, en otro tiempo y otro espacio, sinceramente apasionante”, añade.
“A los perjudicados de la Historia”, reza la dedicatoria de El papa Borgia, que publica Aguilar. En su afán de limpiar la memoria de la Iglesia, dice el prólogo, el papa Juan Pablo II ha pedido perdón por diversos pecados cometidos en sus casi dos mil años de historia, y ha hecho denodados esfuerzos por disculpar actuaciones discutibles del pasado. Sin embargo, siempre se ha cuidado mucho de responsabilizar directamente de ello a alguno de sus antecesores, pues una regla no escrita obliga al ocupante del Vaticano a asumir la labor de su antecesor sin fisuras ni críticas. Sólo existe una llamativa excepción a esta norma, el papa Borgia: condenado sin paliativos ni eximentes por la propia institución desde el mismo momento de su muerte hasta el día de hoy.
El papa Borgia es un documento vivo del Renacimiento, un relato periodístico de una vida iniciada en Xàtiva en 1431 y terminada en Roma el 18 de agosto de 1503, la del Papa número 214 de la Cristiandad. “Hoy, a quinientos años de distancia, la figura de Alejandro VI emerge de nuevo, con luces y sombras, aciertos y errores, pero libre de la leyenda monstruosa y del ensañamiento injustificable con el que la Iglesia le ha pagado”. Un propósito al que dedican los autores 400 páginas divididas en 10 capítulos que analizan con detalle la vida y obra del más célebre de los Borgia, rebaten calumnias e invenciones, analizan presuntos desmanes y vicios, descubren episodios y facetas nunca valorados hasta ahora.
En definitiva, mantienen los autores, poco tiene que ver la célebre y pertinaz leyenda negra con una veraz aproximación a la historia, a los hechos. Para cuando el viaje a través de la vida y época de los Borgia concluya, el resultado no puede arrojar menos dudas: “Estamos en vísperas de la muerte del papa Borgia. Su política parece haber alcanzado un éxito completo. Los barones romanos, que habían traído en jaque a la Santa Sede durante siglos, han sido destruidos, han tenido que exiliarse, reducidos a la impotencia; los tiranos del centro de Italia, excepto los Bentivoglio y Pandolfo Petrucci, han sido eliminados, o apartados de sus dominios. La conquista ha dado vida a un Estado fuerte, gobernado por civiles, con amplias libertades municipales, con milicias propias y defendido por un buen ejército de más de diez mil hombres…”.
“El Papa Borja y su familia fueron un ciclón desencadenado sobre la península Itálica del que aún no se han repuesto los italianos. Por un momento debieron temer que esta familia alucinante les convertiría en sus encantados súbditos para siempre. No sabían que los ciclones hispánicos son tan inconstantes como poderosos, y que los Borja eran como el imperio español, flor de un día, trueno de un siglo, alocadas elucubraciones de mentes calenturientas. Por estar a punto de cambiar la historia de los reinos itálicos, por salvar al Papado de la destrucción, por ser unificadores cuatro siglos antes de Garibaldi, y sobre todo, por desaparecer como aparecieron, repentinamente, las clases dominantes italianas aún no les han perdonado, o para ser más exactos, sólo ahora comienzan a reconocer que tejieron contra ellos una maraña de infundios, mentiras y bajezas que al final se está disolviendo irremisiblemente. Los Borja fueron más papistas que nadie, más italianos que nadie y más osados que nadie. Como saga familiar tienen pocos parangones en la historia occidental. Rodrigo Borja fue el pivote de este ciclón incomprendido. Una figura descomunal, de las que merecen el mayor de los respetos”, dice el epílogo de ‘El Papa Borgia’.
Entonces, ¿que queda del mito Borgia? “Desde luego nuestro Rodrigo no fue un místico, no fue un santo; tuvo todos los méritos y los defectos de un hombre práctico que busca el éxito. Fue lo que luego se llamaría un papa ‘político’. Rodrigo fue un tipo simpático, culto y muy listo, con un don de gentes arrollador, alguien que podría ser político o actor en nuestros días”, opina Deus. “Un Papa que no quiso renunciar a ser padre, un elemento no apto para pacatos y mojigatos, renacentista y postmoderno”.
“Conforme escribíamos, fue estableciéndose un diálogo silencioso entre el trabajo de reconstrucción de la vida del papa Borgia y la tarea de seguir la actualidad del papa Woytila. Uno impuso su autoridad temporal en el marco reducido del centro de Italia, otro ha levantado su figura moral a nivel planetario, cada uno con las armas y las circunstancias de su tiempo, espadas o medios de comunicación. Alejandro VI sería pecador, vitalista y pasional; Juan Pablo II, asceta, deportista y amante de la naturaleza. Aquel se rodeó de su familia; éste de un grupo reducido pero fundamental de colaboradores. Ambos tuvieron Curias adversas. Ambos rompieron intereses creados que amenazaban con gangrenar el corazón de la institución más antigua y poderosa de Occidente, explica Lola Galán.
“Ambos fueron los dos grandes extranjeros del Papado. Hay semejanzas entre aquella España en proceso de formación y la Polonia de los años setenta: viveros de agresiva fe, ‘reservas espirituales’. Lástima que Karol no haya salido en defensa de Rodrigo, tendrá que ser su sucesor, eso al menos esperamos”, concluyen los autores.
RESUMEN
El libro se inicia en los primeros pasos de un joven que pronto vio definido su futuro (“El padre, siguiendo la tradición asentada en las familias de su clase, le destinó desde su nacimiento a la vida eclesiástica, por ser el primer varón de su descendencia”). De Xàtiva, Rodrigo Borja se traslada con su madre y sus hermanos, fallecido el padre, a Valencia. Y de ahí, siempre bajo la protección de su tío Alfonso Borja (luego Papa bajo el nombre de Calixto III), a la ciudad de la Santa Sede: “Rodrigo llega a Roma cuando ronda los 18 años y su aparición no pasó desapercibida: algunos historiadores aseguran que ‘impresiona a todos’… ‘Encarnaba espléndidamente los egoísmos y antojos de aquel Renacimiento cínico y pasional, sin reglas ni ideales, cuyo modelo insuperado e insuperable estaría constituido por El Príncipe de Maquiavelo’, dice uno de sus múltiples biógrafos…”.
Su paso por la Universidad de Bolonia, el nombramiento de cardenal y la llegada al puesto de vicecanciller, responsable de la organización de la Iglesia, son los peldaños que marcan la ascensión del más célebre de la célebre familia. “Así pues, a partir de 1457, y con tan sólo 26 años de edad, el cardenal Rodrigo Borgia inicia su larguísima trayectoria como vicecanciller de la Iglesia bajo cinco papas: su tío [Calixto III] y sus cuatro sucesores, en cuyas elecciones tendría una participación capital. Será un periodo de su vida extenso y pleno que culminará con su propio ascenso al trono papal, en 1492”.
En efecto, en el año crucial del descubrimiento de un nuevo continente, un valenciano será la cabeza visible de la Iglesia. Antes de llegar aquí, El papa Borgia repasa la vida íntima de Rodrigo a través de su relación con Vannozza Cattanei (“…la mujer esencial de su vida, considerada comúnmente como la madre de cuatro de sus hijos y su amante durante muchos años”), el nacimiento de César, Juan, Lucrecia y Jofré (cuatro de sus siete hijos, “a los que incluso hay autores que añaden dos más”), la intervención del Borgia en la bula papal que permitirá la alianza entre Castilla y Aragón (Isabel y Fernando eran primos en tercer grado) o la aparición de Julia Farnesio (“¿Hubo entre Rodrigo y Julia más que una afectuosa relación familiar producto del exacerbado paternalismo del personaje?”. La duda ocupará unas cuantas páginas).
Desde la silla de San Pedro, a la que accedió el 11 de agosto de 1492, Alejandro VI contempla un panorama turbulento (“La situación de los Estados Pontificios, y de Italia en general, exigía un monarca con carácter, hábil diplomático pero determinado y enérgico a la hora de defender los intereses de la poderosa institución que representaba”) que pronto vivirá su primera crisis en los enfrentamientos con el rey Ferrante de Nápoles.
El libro repasa en su primera mitad el papel desempeñado por el papa valenciano en el reparto del Nuevo Mundo (“El papa interviene para fijar una imaginaria línea divisoria entre las posesiones presentes y futuras de los dos países [España y Portugal]. Esta temprana y oportuna acción evitó graves conflictos entonces y otros más graves que se hubieran presentado en el futuro”), en los difíciles equilibrios de la política italiana por medio de las delicadísimas redes de alianzas y matrimonios (“…durante el primer año de su papado, Alejandro había establecido alianzas matrimoniales con Milán –su hija Lucrecia con Sforzino–, Nápoles –su hijo Jofré con Sancha de Aragón– y España –su hijo Juan con María Enríquez, prima de del rey Fernando de Aragón–, y había convertido a su hijo César en cardenal”) o en la primera invasión francesa por el ejército de Carlos VIII (“… frente al resto de príncipes y duques del norte y centro de Italia, Alejandro VI, el Papa ‘extranjero’, quedó solo para defender el trono de San Pedro”). Y todo ello salpicado por la aparición de los primeros libelos sobre los que empezaría a edificarse su leyenda.
Personajes como Maquiavelo, Savonarola, Ludovico el Moro o Julián della Rovere (posteriormente el papa Julio II), por citar tan sólo a algunos del rosario interminable de actores en un panorama político tan inestable como violento, configuran el escenario en el que se mueve Alejandro VI; un papa empeñado, en contra de toda la propaganda que le dibuja como un libertino, por dos ideas: “la independencia de Italia y la libertad de la Sede Apostólica”.
La última mitad del libro se entretiene en analizar la figura, capital en el Renacimiento, de César Borgia desde una frustrada carrera eclesiástica a la cima de su tiempo. Él, el mayor de los hijos de Alejandro, es el personaje del que Nicolás Maquiavelo tomará sus apuntes (“Este señor es muy espléndido y magnífico […]. Se hace querer bien de sus soldados; ha promovido a los mejores hombres de Italia. Todas estas cosas lo hacen victorioso y formidable”) para fijar el retrato de El Príncipe. “Su vida pública [la de César Borgia] empieza en 1498 y termina a finales de 1504. En tan solo seis años, este condotiero refinado y despiadado, que domina cinco lenguas y vive rodeado de artistas e intelectuales, conquista un buen pedazo de Italia central, toma numerosas ciudades que le reciben como a un libertador, y se convierte en un caudillo militar temible y formidable”.
En pocos meses, César Borgia pasa de ser cardenal italiano a noble francés, a vasallo del rey de Francia Luis XII (el sucesor del invasor Carlos VII). Y así deja de ser Il Valenza, el Valenciano, pasa ser el Valentinois merced a la alianza con Francia. César Borgia se convierte en la figura clave de la historia de Italia y en el principal valedor de la idea del papa Alejandro VI, su padre, convencido de que “sólo un Estado Pontificio fuerte podía garantizar la autoridad eclesiástica de Roma; roto el equilibrio italiano, sólo el equilibrio de las fuerzas europeas [de ahí la alianza con Francia siempre amenazante] podía salvar la poca independencia de los Estados de Italia”.
También Lucrecia Borgia, una de las mujeres más célebres de la historia, recupera su auténtico perfil, deformado por siglos de invenciones y habladurías. Una mujer atractiva, inteligente y culta que fue gobernadora y hasta regentó el Vaticano por encargo de su padre el Papa.
Mientras, se suceden episodios como los asesinatos de su hijo Juan y de su yerno Alfonso de Aragón, segundo marido de Lucrecia; La lettera antiborgiana, un libelo despiadado; la llegada de Leonardo da Vinci a su servicio; la conjura de Maglione contra los Borgia; el ‘bellissimo inganno’ de Sinagaglia con que éstos responden a sus enemigos; la muerte de los hermanos Manfredi de Faenza, detenidos en las cárceles del Papa; o la fiera voluntad de venganza de Julio II, sucesor de Alejandro, que van echando fuego a la leyenda negra de los Borgia. Una mitología que ha durado siglos y que hoy podría al fin derrumbarse.
Finalmente, por esas ironías de la Historia, el Papa Alejandro VI, al que se atribuye sin pruebas muchos envenenamientos, morirá probablemente envenenado junto a su hijo César, que salvará la vida a duras penas para ser perseguido hasta la muerte por quienes quisieron borrar para siempre la dinastía Borgia. Es un desenlace espectacular, digno de una biografía asombrosa.
El Papa Borgia necesitó once años para dar a la Iglesia independencia política y territorio estable. Transcurridos solamente otros tantos días, desapareció como por ensalmo todo cuanto Alejandro VI había construido. La celeridad con la que se destruyó su enorme obra es el impresionante final de este libro, que sin duda marca un antes y un después en la valoración de una figura histórica tan importante.
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II.-
Por qué elegí, entre mis pseudónimos, el de «César Borgia».
Informado de los estudios llevados a cabo por jesuitas sobre los Borgia, y tras la publicación del libro cuya recensión precede al presente artículo, me entró ganas de estudiar la figura de SS. Alejandro VI, ya de feliz memoria, y de su presunto hijo César, para esclarecer hasta qué punto han sido calumniados estos personajes por sus enemigos eclesiásticos y por los políticos, incluidos literatos desaprensivos, como Victor Hugo con su Luicrecia Borgia, y músicos románticos inspirados por el veneno de la Revolución y el anticlericalismo, y, una noche, yaciendo en mi lecho, figuróseme en mi fantasía la imágen de César, ataviado con fastuoso ropaje cardenalicio, y me imaginé que me decía: ¡Ingénuo, ¿Piensas que puedes estudiar mi vida y comprender cuánto fuí calumniado, sin que pases tú mísmo por calumnias tan grandes como aquellas de las que fui víctima en mi vida mortal?!. Habrás de pasar tu por ellas, antes de poder entenderme!.Adopté el pseudónimo, no obstante, como reivindicación de la fama y protestación de ceer que César Borgia fue calumniado como su presunto padre. Poco después (3 de Enero del corriente) me llegó un decreto penal de mi Obispo Propio de Cuenca, Mons. José María Yanguas Sanz, a quien siempre he respetado y obedecido, digan lo que digan los que digan lo contrario. Y ya me parecía que se había cumplido la temible premonición, cuando me ha llegado ayer una fotocopia quizás* de un decreto de la Inquisición Romana, cuyo contenido no me es lícito revelar, al menos por ahora, que relacionaba un tal cúmulo inmensamente mayor de atrocidades calumniosas contra mí, partidas de lo que nuestro Señor Jesucristo llama «enemigos del hombre…» (: «los de su familia, o los de su casa»), que, lejos de consolarme con que estas perversidades sean ya las últimas, mucho me temo que el mundo sea un pozo sin fondo de calumnias e intrigas. El vulgo ingénuo no cree en conspiraciones, pues sus individuos son demasiado insignificantes para ser objetivo de conspiradores. En realidad hay tanta murmuración, tantos pactos de lucha, tantas coaliciones maquinadoras, tantas tretas, sediciones y ataques a la verdad y al honor ajeno, apenas te destaques un poco de la mediocridad general, que para nosotros, lo queramos ver o nó, el estado natural de la naturaleza caída del mundo en esta vida es el de la lucha, las alianzas y las intrigas, y en el bando del Mal, del Príncipe de este Mundo, la calumnia y su elevación a categoría de verdad oficial (en realidad mentira oficialmente disfrazada de verdad) verdad de sólo nombre y por decreto, o en sentencia judicial injusta es un método usual para cuantos osen despuntar en el combate moral y total que libramos en nuestra vida viadora. Hay un blog que se llama «verdades que ofenden» y que me he empeñado en llamar «la verdad ofende», que ha elegido un título valiente y vanguardista que me causó sorpresa al principio, y ahora, claro está, ya no. En efecto la verdad ofende en el sentido etimológico del término (de «offendere»), en sentido de atacar, de ofensiva. Para el reino del mal, encarnado en muchos réprobos, la verdad les ataca, les ofende, resulta una ofensiva contra su tinglado, construido para progreso de la maldad que sirva a los malvados para vivir mundanamente mejor en esta corta vida terrena.
Espero que algún día puedan ser lícitamente conocidos por los investigadores los espeluznantes documentos que relatan calumnias creo que jamás antes vertidas sobre un clérigo y Sacerdote Católico.
Pero, bueno, hemos de temer a quien puede echar al infierno cuerpo y alma juntos, y no a aquellos extorsionadores y delincuentes que nos amenazan con penas menores que la de la condenación eterna que no está en poder de ellos imponer, ni ejecutar.
Puesto en el regazo de mi Santo Patriarca San José, en cuyos brazos hállase ya el espíritu desnudo de mi queridísima Madre Josefina, fallecida poco después de transcurrido el día de su Santo y en la Octava de éste, encomiendo mi causa al Dios de los Ejércitos y a Nuestra Señora de las Mercedes, Patrona del pueblo onuvense en que se crió mi Madre a quien Dios y la Virgen tanto aman.
César Borgia, pseudónimo «malgrai soi».
NOTA: Digo «quizás», porque se me ha impedido leer el presunto original, y no digo más no sea que se me reproche que cuento la verdad, y, la verdad ofende, como hay verdades que ofenden muy especial y agudamente.